
Soy una persona muy analítica, pero que muuuuy analítica.
Lo observo todo, lo desmenuzo y saco conclusiones todo el tiempo. Y, a veces, muchas veces, lo apunto todo en un documento de Word.
Y si hay algo que analizo hasta la saciedad es a mí misma. Creo que no es sano estar todo el día mirándose con lupa, pero no puedo parar, soy así.
A veces me siento como si me observara desde fuera. Como si viera una película. Quizá es que he alcanzado una especie de nivel pro en el insano ejercicio del autoanálisis, probablemente como fruto de la ingente cantidad de tiempo de mi vida invertido en ese proceso. No sé, pero da miedo pensarlo.
Lo que tengo claro es que vivo en la duda perpetua (qué contradicción: tanta certeza sobre tanta duda).
Me da envidia la gente que sabe lo que quiere ser de mayor desde los cinco años. Yo tenía mis propios proyectos a esa edad, claro que sí, pero no eran realistas, así que me he tenido que ir adaptando a las circunstancias y cambiando en consecuencia. Porque cuando era pequeña, yo quería ser capitán de la Caballería Rusticana, vaya usted a saber qué es eso. Creo que vi demasiadas películas de vaqueros, pero es que soy de los 70 y era lo que había.
El caso es que tuve que buscar opciones más razonables, pero en lugar de dar con algo a temprana edad y quedármelo, he cambiado de idea innumerables veces.
Ahora que ya tengo una edad (o dos), siento que estoy empezando a entrar en una etapa de cierta sabiduría, si la puedo llamar así. Me estoy dando cuenta de que es imposible saber lo que una quiere ser cuando aún no conoce nada de la vida. He aprendido que las vocaciones no se pueden buscar de forma analítica deductiva, sino que hay que dejarse sorprender por la vida y dejar que la vocación te encuentre a ti. Es más bien un proceso inductivo: te pasas el tiempo probando y descartando, ensayo y error. Sobre el papel surge algo que te parece maravilloso, pero en cuanto lo pruebas, te das cuenta de que eso no va contigo. Y así una y otra vez hasta que das con la tecla.
Para complicar más las cosas, no somos seres inmutables que mantienen las mismas características con el pasar de los años, sino que cada una de esas experiencias que vivimos y que descartamos nos cambian por dentro y nos convierten en alguien diferente. Eso hace que las premisas que dimos por ciertas en la fase anterior se vuelvan inútiles en la siguiente.
Es para volverse locos.
Visto así, me parece increíble que haya gente que no cambie de idea. Me parece un milagro, en serio. Quizá yo cambio demasiado, y posiblemente exista algún punto medio más saludable, pero, aun así, en este momento de mi vida empiezo a creer que es mucho más lógico y humano pasarse la vida dudando.
Porque la vida es un largo proceso de autodescubrimiento, es algo que no termina nunca.
No somos productos perfectamente acabados desde la niñez, somos proyectos de algo interesante y bueno… en el mejor de los casos y si sabemos aprovechar las enseñanzas del camino. No estaremos terminados hasta el final, lo cual parece una perogrullada, pero no lo es.
Esta certeza hace que sea inevitable tener que convivir con cierto grado de incertidumbre durante toda nuestra vida, así que no hay nadie que tenga todas las respuestas aunque lo parezca. Sencillamente, no es posible. Por eso, lo mejor que podemos hacer es tomar una decisión basándonos en todos los elementos de juicio de que disponemos y echar a rodar. Y confiar en que las cosas se irán ajustando por el camino.
Se hace camino al andar, ya lo decía Machado.
Yo creo que ya me estoy conociendo a mí misma en un grado aceptable, al menos. Ya sé cómo me gusta vivir, en qué lugares y con qué personas me siento cómoda, cuál es mi dosis justa de extroversión e introversión, cuáles son mis necesidades sociales, en qué tipo de trabajos puedo desarrollar todo mi potencial.
Ahora sé que no se trata de que hagamos algo sólo porque podemos hacerlo, porque tenemos la capacidad. Se trata de hacer algo que podemos y de verdad queremos hacer. Todos nosotros contamos con muchas potencialidades, pero no tenemos que dedicarnos a todas ellas necesariamente. Tenemos que hallar nuestro lugar, aquél en el que nos encontramos más cómodos y nos sentimos más auténticos.
Y ese conocimiento, creo yo, llega cuando ya tenemos cierta madurez, cuando nuestras características alcanzan un mayor grado de estabilidad. Hay algunos privilegiados, personas muy centraditas, que maduran pronto y no necesitan dar tantas vueltas como otros. Cada uno tiene su punto de inflexión y hay que respetarlo.
Se me ocurre que la razón por la que hay tantas personas insatisfechas con su trabajo, sus circunstancias y su vida, en definitiva, es, en parte, porque se tomaron decisiones a largo plazo cuando aún no era el momento. Cuando aún no se conocían suficientemente y todavía estaban en fase de experimentación. Luego, la gente cambia. O, más bien, se encuentra a sí misma. Y entonces, las decisiones que tomaste cuando no estabas maduro ya no te valen, pero estás atrapado y es tarde para cambiar.
O da mucho miedo.
Ahora es cuando yo me alegro de haberme sentido en proyecto durante tanto tiempo y haber aplazado las decisiones irreversibles. O, al menos, me alegro de que ninguna de mis decisiones me haya hecho sentir que estaba en un punto de no retorno.
Me estoy reconciliando conmigo misma.
Ahora es cuando creo saber quién soy y lo que quiero hacer. Pero claro, conociéndome, es probable que el próximo cambio de opinión me esté acechando a la vuelta de la esquina.
Pero qué más da. Lo importante en la vida es participar.