
El otro día, una amiga mía que estaba leyendo mi última novela El club de la noticia: Crónica de una obra anunciada me hizo una observación que dio lugar a una larga conversación acerca de las últimas novedades de la RAE sobre ortografía en la lengua española.
Ya contaba con ello cuando publiqué el libro.
La observación fue motivada por mi decisión de tildar los pronombres demostrativos (éste, ése y aquél) y la duda de si actualmente se deben tildar o no.
Pues bien, antes de nada voy a dejar clara mi postura: Yo los tildo.
Esto, que parece una decisión tomada a la ligera, en realidad es el resultado de una lucha interna que libro conmigo misma desde hace bastante tiempo. Porque sí, estoy al corriente de los dictados de la Real Academia Española de la Lengua. Y sí, conozco perfectamente las normas de ortografía. De hecho, es un tema que me ha preocupado desde que era pequeñita, y siempre he perseguido la corrección al escribir. Es posible que se me pueda escapar algún error, no digo que no (reconozco que he tenido que pulir mi uso de las comas y sigo tratando de mejorar día a día), pero en líneas generales me atrevería a decir que no cometo faltas de ortografía.
Y, como decía, sí, conozco las normas y recomendaciones, pero también he sido educada en un sistema ortográfico que tengo muy interiorizado y de cuyo conocimiento y dominio me enorgullecía, y ahora no puedo cambiar así como así, de la noche a la mañana.
Mi lucha se debe a que si cumplo con las recomendaciones de la RAE, siento que me traiciono a mí misma. Siento que escribo mal, que cometo errores. Que me dejo llevar por la relajación de los estándares de corrección que impera hoy día en la mayoría de los campos educativos. Y si no las cumplo, me siento de algún modo «fuera de la ley» y al margen del sistema. Siento que infrinjo alguna norma, cuando en realidad tampoco es así.
En mi primera novela, Lunas de naranja y chocolate, traté de ser una buena chica. Fui obediente y cumplí a rajatabla todos los dictados de la nueva ortografía. Pero claro, también recibí algunas observaciones de un conocido, menos familiarizado con las últimas modificaciones, que me preguntó si las palabras «dio» o «rio» sin tildes eran correctas. A mí me duelen los ojos cada vez que las leo así, pero hice de tripas corazón y cumplí con aquello de no tildar los monosílabos. «Sí, son correctas», le contesté. Pero ya me fastidia que gente culta, como estos lectores a los que me refiero, se lleguen a plantear que estoy cometiendo faltas de ortografía cuando no es así. En estos casos, al ser amigos míos la cosa no tiene más relevancia, porque me preguntan y yo tengo la oportunidad de fundamentar mis respuestas. Pero me incomoda que haya gente que no me conozca que piense que me estoy colando.
En la segunda novela, como digo, he seguido respetando la norma de no tildar los monosílabos, y he tenido que escribir en varias ocasiones la palabra «guion» sin tilde, lo que ha estado a punto de provocarme una úlcera estomacal. Me siento una traidora a mi causa, pero ea, he pasado por el aro. Pero en lo tocante a los pronombres demostrativos me declaro abiertamente rebelde. No puedo más. Lo he intentado, pero es superior a mis fuerzas.
Como el tema me preocupa, antes de tomar esta drástica decisión decidí hacer una investigación exhaustiva de los razonamientos de la RAE y de la evolución de la referida norma. Y, después de mucho leer y analizar, vi que la RAE señala que esta norma siempre ha sido así. Que no era una obligación tildar los pronombres demostrativos, sino que se hacía uso de la tilde diacrítica (la que se usa para diferenciar en la escritura ciertas palabras de igual forma, pero distinto significado, que se oponen entre sí por ser una de ellas tónica y la otra átona y que generalmente pertenecen a categorías gramaticales distintas) en casos de ambigüedad. Luego, aquello derivó en tildarlos siempre que cumplieran la función de pronombre (lo cual tiene bastante lógica, a mi modo de ver) y la RAE se limitó a recordar la norma tal cual fue concebida y, recientemente, a resaltar que no existe obligación de tildar estas palabras para, finalmente, recomendar no hacerlo. Lo mismo dijo a propósito del adverbio «sólo», en relación al cual mantengo la misma postura.
Se escuda la RAE en que estas palabras son llanas terminadas en vocal y, según las normas generales de ortografía, no deberían tildarse (aquí se puede consultar el artículo donde se explica). Y yo me pregunto: ¿Qué pasa entonces con los adverbios interrogativos? ¿Qué vamos a hacer con «cómo», «dónde» o «cuándo», y con los monosílabos «qué» o «quién» (pronombre interrogativo)? ¿Por qué no aplicamos aquí la misma norma? ¿Quizá porque tildar «cómo» cuando es adverbio interrogativo lo diferencia de su uso como adverbio relativo o conjunción? Y si eso tiene tanta lógica, porque la tiene, ¿por qué narices han decidido jorobarnos a todos cambiando las normas que veníamos aplicando con otras palabras de función similar?
Además, no sé si os pasará lo mismo a vosotros, pero yo, cuando leo en un texto un «este» sin tildar con función de pronombre, lo leo de carrerilla sin darle el sentido adecuado, y normalmente tengo que releer la oración para poner cada cosa en su sitio. Es algo parecido a enfrentarse a un texto sin puntuación.
¿Qué será lo siguiente? ¿Eliminar la H porque no suena? ¿Homogeneizar las palabras que usan B y V porque en la práctica no existe diferenciación alguna entre ellas? ¿Qué otra maquiavélica forma de cargarnos nuestra bonita lengua podemos esperar?
Con estas modas sólo consiguen que los que nos preocupamos por escribir bien suframos una inseguridad que antes no teníamos, y que los que escriben mal piensen que los demás también lo hacemos. Es como igualar a la baja, premiar la mediocridad, relajar las formas, rebajar el nivel de excelencia… Todo eso que está tan en boga.
En fin, me repatea este asunto, en serio. Me repatea mucho.
Me consuela saber que ni siquiera dentro de la propia Academia existe consenso, y que fueron muchas las voces discordantes y los rebeldes que han decidido pasar de esta moda y esperar que las aguas vuelvan al cauce de la sensatez.
El mismísimo Arturo Pérez-Reverte está cansado de mostrar su postura disconforme al respecto, y también se ha pronunciado en este sentido el premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, entre otros.
Pues qué queréis que os diga: me subo a ese carro. Lo único que me fastidia es tener que soltar esta extensa explicación cada vez que alguien me saque el tema, pero todo sea por salvaguardar el futuro del español como lengua culta y perfeccionada. Casi nada.
Además, yo, que soy de leyes, tengo grabado a fuego en mi mente aquello de los derechos adquiridos y la general irretroactividad de las normas jurídicas. Y puesto que yo nací en una época en la que los pronombres demostrativos se tildaban, y dado que lo que establece la RAE es una recomendación y no una prohibición, no se puede pretender que a los de mi generación se nos apliquen estas nuevas corrientes que nos roban la sensación de seguridad sobre el trabajo bien hecho con la que escribíamos hasta el momento.
Para saber más sobre este tema, os recomiendo este fantástico artículo del blog de la editorial Atmósfera literaria.
Y vosotros, ¿de qué lado estáis? ¿Tildáis o no tildáis?
De tu lado, sin duda.
¡Qué bien, Paloma! Gracias por tu apoyo, breve pero rotundo. 😉 ¡Y gracias por comentar! 🙂
Yo estoy del lado de la «escuela clásica y tradicional», vamos la nuestra. La que nos enseñaron desde pequeños, a veces a base de algún que otro pescozón.
Tanto, como traicionar no diría yo, pero últimamente hay inclusiones y actualizaciones de la RAE con las que no concuerdo en absoluto. Te admiro por muchas cosas, pero entre otras, por serte fiel y por serlo también a la eduación que hemos recibido.
Pues muchas gracias, Jesús. Yo tampoco estoy de acuerdo con muchas de las actualizaciones de la RAE. Lo malo es que en determinados contextos tengo que pasar por el aro, pero siempre que puedo, vuelvo a la antigua ortografía.