
El otro día publiqué una foto en mi cuenta de Instagram haciendo alusión a una cita que escuché una vez en una película. Un alumno de universidad le explicaba a su profesor el motivo de su pasión por la lectura con estas palabras: “leemos para saber que no estamos solos”.
Me parece una reflexión interesante.
¿Por qué leemos? ¿Qué placer encontramos en el hecho de pasear nuestra mirada durante horas y horas sobre líneas de texto? ¿Qué hallamos algunos en esa actividad que otros no consiguen encontrar?
Yo no soy una de esas personas que está todo el día lanzando citas literarias o tratando de convencer a los demás de que mi vida es mejor que la suya por el hecho de leer. No, para mí es una elección muy personal, una afición tan respetable como cualquier otra (aunque ciertamente más instructiva). Y, en mi caso, una de tantas —me sobran aficiones y me falta tiempo—. En fin, que no me gusta ir sermoneando al personal con una supuesta superioridad moral de los que leen sobre los que no lo hacen. Supongo que los no aficionados alimentarán su espíritu de alguna otra forma que les llene de la misma manera.
Pero es el caso es que a la inversa sí me ha ocurrido. Sí me ha pasado encontrarme con personas que se creen en la necesidad de defender su escasa afición por la lectura con argumentos como “es que a mí me gusta vivir”, o “yo necesito hacer cosas”, y demás explicaciones por el estilo, como si yo no tuviera ni idea de qué es eso. Y bueno, igual que no me gusta sermonear a nadie ni creerme mejor, me fastidia que intenten hacerme pasar por tonta o inactiva por el hecho de que me guste leer. En fin, esta es otra cuestión que analizaremos en otro momento.
Lo que nos ocupa hoy es averiguar por qué leemos. Y más concretamente, ¿qué buscamos en los libros de ficción?
Hay quien afirma que el que lee vive mil vidas, y hay quien, como decía aquel universitario, lo necesita para saber que no está solo; que no es el único que ha sufrido los tormentos que le asaltan, ni el único que ha reflexionado sobre lo divino y lo humano. Y realmente, es sorprendente comprobar cómo nuestros pensamientos han sido plasmados en el papel por personas de lo más variopinto y que vivieron en épocas y escenarios muy ajenos a los nuestros.
Pero ¿por qué leo yo?
En primer lugar, porque soy una persona tranquila, supongo. Eso ayuda. En segundo lugar, porque me encanta imaginar mundos y personajes, y leer alimenta mi imaginación como ninguna otra cosa. Y necesito emocionarme con historias que sepan hacer florecer todos los sentimientos que están dentro de mí. Es una forma de sentirme más viva.
Por supuesto, al contrario de lo que piensan algunos de esos “no lectores” que mencionaba más arriba, me gusta vivir y experimentar todas esas emociones por mí misma. Una cosa no quita la otra. Me apasiona viajar, vivir experiencias diferentes, conocer gente real y tener conversaciones interminables con personas interesantes de carne y hueso. Todo eso alimenta mi espíritu de la misma manera que leer, o más. Además, me pregunto si no estaré teniendo el privilegio de sentir algunas emociones con mayor intensidad en la vida real por el hecho de haberlas vivido antes también sobre el papel.

Otro aspecto que me atrae de leer es que, en la escritura, todo es posible. Las historias pueden ser tan maravillosas como su autor las quiera hacer. No tiene que ceñirse a una realidad. Puede crear personajes imperfectamente perfectos, atmósferas idílicas y evocadoras. Lo que sea. Y eso me encanta. Me gusta que las historias acaben bien, y en la vida real tristemente no siempre es así. Me gusta que las personas digan la frase perfecta en el momento perfecto, aunque esa frase, paradójicamente, sea un absoluto despropósito. Pero es la que quiero oír en ese instante; es la que la historia reclama y la que quiero leer.
También me apasiona la sensación de sumergirme en otras mentes. Es cierto que en el cine se pueden crear experiencias multisensoriales que un libro no alcanza a proporcionar: la música, la imagen, el texto… todo suma. Y ver una buena película donde todos estos aspectos están cuidados al máximo es un absoluto placer. Pero cuando leemos nos metemos en la mente de los protagonistas. Tenemos la oportunidad de saber cómo piensan, cómo ven el mundo, sin necesidad de que digan nada. Nos ponemos en su piel y sentimos con ellos.
Es fascinante.
Y, como guinda, me parece milagrosa la forma en que un texto es capaz de jugar con nuestra imaginación. Con tan sólo mencionar una habitación sombría con un sillón orientado hacia la ventana, y unos pasos que se acercan a él, todos nosotros nos hemos formado ya una imagen clara en nuestra mente con todos los elementos que completan el cuadro. Sabemos de qué color son las cortinas, qué aspecto tiene ese sillón, cómo huele la habitación, dónde está la chimenea y los estantes llenos de libros, y qué viene a comunicar esa persona cuyos pasos resuenan en la estancia. Y lo imaginamos con absoluta nitidez, aunque no queramos. Es superior a nosotros. Es nuestra mente luchando por participar en nuestras experiencias y sumergirnos en un mundo irreal.
Es magia.
La magia de leer.
Y ahora cuéntame, ¿por qué lees tú?