
La reflexión de hoy viene a raíz de un pensamiento muy extendido y que todos tenemos más que asimilado: «Somos lo que comemos». Y es cierto. Qué diferentes seríamos si en lugar de alimentarnos de una forma, lo hiciéramos de otra totalmente opuesta.
Pero yo añado: y somos lo que escuchamos, lo que vemos, lo que leemos. Confieso que lo de «somos lo que escuchamos» lo oí en una emisora de radio. «Radio 3», creo que era. Y me pareció tan acertado que desde entonces estoy dándole vueltas al asunto. Por otro lado, acontecimientos posteriores en mi vida me han reafirmado en ese pensamiento. Me han hecho darme cuenta de la influencia que tienen en nuestras vidas las películas que vemos desde pequeños, los libros que leemos, los cómics, los juegos con los que empezamos a divertirnos, la música que constituye nuestra banda sonora desde la más tierna infancia, cómo nos hablan…Todo.

Pensamos que el gusto es algo muy personal, pero no sé hasta qué punto es propio. Yo tengo muy claro que en mi forma de ser han influido muchísimo todos esos factores que he apuntado, y que, desde luego, le debo a mis padres y a mis hermanos. Por otro lado, mi gusto no es exactamente igual al de mis hermanos, así que me imagino que algo de propio habrá también en él. Pero sí que hay un común denominador que nos caracteriza a toda la familia. Eso sí, de cada uno depende el profundizar luego en lo asimilado o el quedarse en lo básico. Y ahí entra en juego la personalidad.
Ahora que soy adulta, puedo apreciar todas estas características en otras personas. Y me doy cuenta de que cuando más conecto con alguien, es cuando ha tenido un desarrollo similar al mío. Es decir, cuando son personas hechas «de la misma pasta» que yo, y esa pasta está formada por todo lo aprendido y por todas esas influencias de las que hablaba.
Entonces, mi duda es: ¿podríamos conectar igualmente con cualquiera que hubiera sido «modelado» del mismo modo que nosotros, o realmente hay una parte muy importante de personalidad propia que marca la diferencia?
Esto me recuerda a una novela de ciencia ficción llamada «Un mundo feliz», de Aldous Huxley, que habla de un mundo imaginario y futuro en el que los seres humanos serían manipulados desde el nacimiento, para adaptarse a unos patrones determinados de conducta y acabar siendo todos iguales y «artificialmente felices». Pero en la novela aparece un personaje que se diferencia del resto y tiene la capacidad de cuestionarlo todo. El mensaje es que, aunque trataran de uniformarnos desde pequeñitos, no somos iguales, y algo de personalidad propia siempre saldrá a la luz. ¿A que tiene miga el asunto?

En fin, una cosa me queda clara: si alguna vez tengo un hijo, aparte de preocuparme por su educación académica y todas esas cosas que son tan importantes, tendré especial cuidado en que vea buen cine, lea novelas maravillosas que le hagan soñar y escuche música de calidad, o al menos lo que yo entiendo por tal, que para eso seré su madre y podré tomarme esas licencias. 🙂 Y que luego lo comente conmigo, a ver si soy capaz de «modelar» a un buen conversador con el que tener diálogos con enjundia. De momento, me conformo con mis sobrinos, que también tiene su gracia.
Como luego me salga «bakalaero» y se afeite los dos lados de la cabeza, me da algo. Pero bueno, lo querré igual, qué remedio (dicho con la boca pequeña).
A ver la audiencia qué opina de este tema. ¿Estamos hechos de influencias externas o pesa más algún elemento propio y diferenciador que le da forma a todas esas influencias?
Creo que la pregunta queda bien aclarada con tu forma de pensar, si cabe y por dar alguna opinión creo o quiero entender en alusión a «estar hechos de la misma pasta» que es difícil conectar sino es así, los valores fundamentales para mí deberían de ser universales Y desgraciadamente no es así, creo que la sociedad en la que vivimos tiene una gran parte de culpa que anula al resto. La barrera de lo prohibido nunca se puede rebasar y si creo en la influencia de un buen entorno a todos los niveles..en definitiva son valores que es lo que se ha perdido por muchos motivos…
Sí, es verdad, los valores se están perdiendo y debería haber al menos un mínimo irrenunciable para todos. Aunque en la entrada hablo más bien de gustos, no de valores, pero quizá ambas cosas estén bastante relacionadas. ¡Gracias por comentar!